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miércoles, 29 de agosto de 2012

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sábado, 18 de agosto de 2012

EL TOXICOMANO ES UN SIN-VERGUENZA

El toxicómano es un sin-vergüenza Por Ernesto Sinatra En el estado actual del capitalismo, la soledad localiza el límite real a los semblantes del progreso universal y afecta las condiciones de satisfacción de cada uno. Estas consecuencias del rechazo de la castración que supone el discurso capitalista, presentan el obstáculo para un trabajo analítico con el toxicómano y tambien su alternativa para poder entrar en el mismo: que experimente la vergüenza por su condición de goce. 1. La globalización capitalista del consumo Los procesos de producen modificaciones del lazo social a ritmo de vértigo. Se han fracturado losdispositivos tradicionales de las relaciones de los individuos con el Estado -otrora protector-, pero no menos las de los hombres y mujeres entre sí. La soledad, síntoma social de la dispersión del lazo asociativo -empujada por elmercado y banalizada por el DSM con el nombre de “depresión”- localiza el límite real a los semblantes del progreso universal, los que inundan con su propaganda todas las regiones. Asimismo las garantías -paradójicas, por cierto-- que el Dios judeo-cristiano prometía procurar, han resultado ser inexistentes. El silencio de los espacios infinitos que aterraba al filósofo (cuando los dioses desde los cielos dejaron de ofrecer signos a los humanos para que éstos guiaran sus actos), ha sido ocupado por la multiplicación de los objetos de la tecnología. La ciencia ha planetarizado al mundo sonorizando la soledad y el vacío del Dios-Uno, reemplazándolo por innúmeros gadgets -dispositivos tecnológicos comercializados a escala planetaria- ; producido el espectáculo de las diversas calles de ciudades cada vez más parecidas entre sí que ofrecen los mismos productos, a los que aún puedan comprarlos. En la civilización occidental, el buen Dios ha caído del cielo, su apelación ha quedado casi reducida a aplicaciones rituales, o a un uso cínico-canallesco de su nombre por los gobernantes de turno, frecuentemente con motivaciones de mercado o, aún más grave, de expansión bélica, ‘Bush dixit’. Valga el recuerdo de una publicidad de electrodomésticos en la que una mujer, ama de casa, lucía sobre su cabeza un halo luego de ser santificada gracias al empleo de un producto que se correspondía con la marca del comercial:¡¡ San-yo !! . En la banalidad del “yo mismo” de San-Yo, se prometía el acceso a la deidad...por vías del consumo de los productos del mercado. El escepticismo generalizado del hombre occidental, la caída de los ideales que otrora sostuvieron el proyecto de vida de generaciones de jóvenes ha colapsado (aunque no desaparecido). Se ha denominado este estado de cosas como pos-modernidad, al suponer que los meta-relatos que organizaban de un modo sistemático la existencia de los individuos (marxismo y freudismo entre ellos) habrían dejado de ser eficaces, y que en su lugar sólo quedaría un vacío rodeado de escepticismo y anclado en el pragmatismo cotidiano. La producción de indigentes y el desempleo crecen geométricamente y cae un ideal: el fin del trabajo no condujo a la que los especialistas vaticinaban, sólo llevó a la destrucción del tejido social -especialmente en los países más débiles, más dependientes de las leyes del mercado- y a confrontar cada vez más y de un modo más acuciante a los individuos con la soledad de su modo de gozar. Por eso la soledad globalizada, efecto de las políticas del imperio del mercado, afecta el rincón más íntimo de la subjetividad: las condiciones de satisfacción de cada uno. Hemos destacado una particularidad del discurso capitalista: hacer creer que poseyendo los objetos de la tecnología, todo sería posible.El psicoanálisis descubre que los gadgets se introducen en el punto exacto de la falla estructural del sexo; desde ese lugar ofrece renovados modos de gozar, cada vez más próximos a la realización de una sexualidad virtual a la medida de cada uno, pero -además, y paradójicamente- cada vez más cerca del autismo.